✍🏼 Redacción GermaDor [ @germador_ ]
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Terror en Shelby Oaks, es una película hecha desde el homenaje, pero no desde la visión.
Chris Stuckmann, convertido de crítico de YouTube a cineasta, aborda su ópera prima, producida por el sobrevalorado Mike Flanagan, como quien intenta reconstruir un mito con piezas prestadas. Fragmentos de Evil Dead, Barbarian, Midsommar, The Omen y Rosemary’s Baby y la pulsión del found footage. La intención es sincera, incluso apasionada; el resultado, un espectro anodino.
El filme arranca con una promesa poderosa. La historia de una mujer obsesionada con la desaparición de su hermana, líder de un canal paranormal que parece haber sido tragada por la oscuridad que investigaba. La estructura inicial del documental falso, insinúa una crítica lúcida sobre la era digital, la exposición mediática del miedo y la necesidad contemporánea de registrar el horror. Pero en su tránsito hacia el relato convencional, Stuckmann pierde el pulso y el tono; su película se convierte en un híbrido errático que se derrumba bajo el peso de su propia admiración por los referentes.
Hay algo profundamente melancólico en ver a un amante del cine atrapado en el intento de imitarlo. Cada encuadre busca un escalofrío y encuentra un eco; cada grito parece ensayado por la memoria de otros filmes. No hay ritmo interno ni mirada personal, solo el esfuerzo visible por cumplir con los códigos que antes analizaba desde la distancia. Incluso la duración breve (apenas hora y veinte) se siente interminable, como una cinta que se rebobina sin avanzar.
Pese a todo, hay destellos de talento. La fotografía de Andrew Scott Baird envuelve los paisajes abandonados con un tono mortuorio que recuerda a Lake Mungo, y Robin Bartlett ofrece una presencia perturbadora y humana a la vez. Pero esos momentos aislados no salvan a Terror en Shelby Oaks de su propio vacío. El de un cineasta que conoce todos los miedos, menos el de fracasar frente a su espejo.
El verdadero terror de Shelby Oaks no proviene de sus fantasmas, sino de su falta de visión personal. Estamos ante un “creador” que quiere pertenecer al panteón del horror, pero aún no ha encontrado su voz. La película flota, deambula y busca un alma que nunca llega. Es la cinta más triste que puede nacer del fanatismo. Aquella donde el amor por el género reemplaza al instinto por el tributo.






